(Boceto para una nueva estrategia de cambio democrático)
Cruzar el desierto
… a los más jóvenes
Tenemos por evidentes las siguientes ocho verdades:
1. El escamoteo de la voluntad popular el 28J no es exclusiva responsabilidad de unos “canallas” que están al otro lado de la calle. También la oposición lo hizo posible, propiciando con sus acciones y faltas que una victoria electoral cantada se convirtiese en una derrota política. Para decirlo con palabras del catecismo, con sus pensamientos, palabras, obras y omisiones, la oposición extremista fraguó su propia derrota. Sin reconocer y comprender la propia culpa, sin este acto de contrición, que es "un dolor en el alma y odio al pecado cometido, con un firme propósito de no volver a pecar" (Concilio de Trento dixit), imposible concebir una estrategia asertiva a futuro. Quien vence hace su tarea, al modo que le es propio: el yerro siempre es del vencido, no del vencedor.
Si creemos que el 28J todo lo
hicimos bien, y por tanto repetimos esa misma estrategia mil veces, mil veces
seremos escamoteados. Viéndolo bien, nos es dado decir que la candidatura de la
oposición, por sus características y su discurso, fue más responsable del
fracaso del 28J que el gobierno.
Sólo podrá sacarnos del
“bucle” una reflexión que parta de un acto de contrición sincero, que
internalice el arrepentimiento por la culpa cometida. No ser autocríticos con
nuestro desempeño el 28J, encomiarlo con frases huecas y consignas repetidas
una y otra vez, como una letanía, no horada sino que ayuda a la perpetuación
del actual poder.
2. Para tener capacidad de
“cobrar” esa reivindicada victoria electoral del 28J se requería de un
explícito y pormenorizado acuerdo previo. Esto resulta obvio de toda obviedad.
No nos es dado saber si el chavismo hubiese facilitado o entorpecido una
negociación que incluyera un cambio de gobierno, pero sí nos es dado constatar
que la oposición hizo todo lo necesario para que esa negociación no se
produjese: cuando postuló la candidatura que más repugnaba al chavismo, cuando
la candidata electa inició su campaña amenazando incontables veces con cárcel a
la cúpula del PSUV, cuando no se diligenció la suspensión de las recompensas gringas
ni de las sanciones sino que se las enalteció y respaldó, cuando no se postuló
una propuesta de reconciliación y perdón sino de tácita persecución y venganza,
cuando se anunció una revolución de derechas que iba a arrasar con todo el
statu quo y no una reforma progresiva y pactada que permitiera transitar del
autoritarismo a la democracia plena de manera pacífica y sin sobresaltos.
3. A la hora de ser evaluadas
por sus resultados, las primarias de 2023 provocaron la mayor devastación de
las fuerzas opositoras de que se tenga memoria en estos cinco lustros de
hegemonía chavista. Ése es su saldo real. Así serán recordadas por la
posteridad. Lo demás es retórica vacía. Nunca la oposición había estado tan
dispersa, débil y destruida como está hoy. Nunca sus corrientes extremistas
habían sido tan nocivas, perniciosas y lesivas. Ni en 2002, ni en 2005, ni en
2017, ni en 2018, ni en 2019.
4. Pero la oposición cae y
vuelve a ponerse de pie. Lo ha hecho antes y volverá a hacerlo.
5. El sentimiento opositor, el
anhelo de cambio, es y ha de seguir siendo amplia mayoría, pero no la oposición
orgánica que, como decimos, atraviesa su más oscuro período. Ni porque
gobernase bien, que no lo hace, el chavismo, su facundia dizque revolucionaria,
su culto a la personalidad de un caudillo desfasado y anacrónico, sus frases
manidas y su liderazgo repetitivo y aburridor, puede ocasionar otra cosa que no
sea hartazgo. Demasiados años en el gobierno, camaradas.
6. Sin embargo, es claro que
el chavismo se ha consolidado como hegemón indiscutido y tiene el control
absoluto del poder. Es, con un tercio de los electores activos, la fuerza
política mayoritaria desde el punto de vista orgánico. El régimen chaviano de
partido-Estado (que sentó sus bases institucionales en 2006) mantiene un
control disciplinado y leniniano-estalinista de todos los Poderes Públicos, de
la Fuerza Armada (que ha sido penosamente partidizada), y de las policías.
Además, ha aprendido a sobrevivir a las sanciones: ha perfeccionado las
destrezas y habilidades propias de este modus operandi. Aunque hagan daño a la
sociedad, las sanciones no provocan fisura alguna en el poder. Al contrario, la
amenaza externa compacta a los suyos, y aun a militares que no son chavistas,
alrededor del Jefe de Estado y Comandante en Jefe. Nada indigna más que una
oposición tutelada por el imperio. “En mi hambre mando yo”, a decir de los
españoles.
7. Entramos en un nuevo
período de nuestra historia caracterizado por la consolidación de un régimen de
partido-Estado. Es una realidad que no hemos conocido en su plenitud hasta hoy.
Aún no sabemos cómo han de ser trastrocadas las reglas de juego, en particular
las electorales. Tampoco podemos saber qué formas de lucha son posibles al
interior de ese régimen. Pero las habrá. Las hubo en el cono sur de las
dictaduras militares; las hubo en los comunismos de Europa oriental; las hubo
dentro del apartheid sudafricano; las hubo bajo el fascismo franquista. Unas
veces fueron partidos orgánicos; otras movimientos sindicales altamente politizados;
aquí setenta y siete intelectuales liderados por un dramaturgo afamado; allá un
prisionero político que desde su mazmorra se empeñó en convencer a sus enemigos
con su propio ejemplo de perdón y reconciliación; pero siempre las sociedades
consiguen su senda a la democracia, más tarde o más temprano.
8. Poniendo los pies en el
piso, y salvo eventos sobrevenidos sobre los cuales no puede sostenerse ninguna
estrategia seria (golpes militares, invasiones gringas y demás infames
pajuatadas), es esperable que la hegemonía chavista prevalezca por el lapso del
presente período constitucional y tal vez más. Es decir, vamos a tener cuatro
años sin elecciones de cargos públicos. Este es el porvenir inmediato al que
nos toca dar cara.
Con base en estas ocho verdades
evidentes, proponemos una estrategia compuesta por cuatro elementos, a saber:
1. A un régimen autoritario de
partido-Estado sólo se le cambia de dos maneras: o bien se le derroca por la
fuerza, para lo que usted necesita más poder de fuego (“Trump, haznos el favor,
invádenos y quítanos esta plaga de encima”, se desgañitan los voceros del
patético extremismo machadista); o bien se le supera, se le transforma, se le
trasciende (para usar el aufhebung marxiano), por la vía más engorrosa y compleja… y más valiente… de la
persuasión: diálogo, interlocución y negociación. Dado que la oposición
extremista no tiene ni tendrá más poder de fuego que el chavismo gobernante, la
estrategia que debe ser seguida por la oposición democrática es la de la
persuasión… aunque sólo sea porque no hay otra.
2. Tal vez hoy el gobierno no
quiera ni necesite de un acuerdo, pero hay que planear para el mediano plazo,
para las citas electorales dentro de 4, 5 y 6 años, o para cuando haya la
ocasión, una estrategia basada en el pacto, la coexistencia y el diálogo, en la
seguridad o la esperanza de que en algún momento el gobierno querrá o
necesitará de una salida negociada. Pero ese escenario no se dará por
generación espontánea. Hay que comenzar a construirlo hoy: interactuando con el
poder, recomponiendo los vínculos con el gobierno (tal vez la tarea más
importante), buscando interlocutores, derribando muros y construyendo puentes,
animando y concurriendo a todas las elecciones de gremios y sindicatos que
puedan ser convocadas, promoviendo cuanta lucha social sea posible, haciéndose
parte del sistema (parte transformadora pero parte de), esto es, participando
del complejo, áspero, hostil e intervenido andamiaje de las comunas e
incluyéndose en todo espacio institucional, de gobierno y de poder, del que se
pueda hacer parte, por pequeño que sea.
3. Para esto es menester una
nueva dirección política. Se tiene cuatro años para conformarla. Veinte,
treinta venezolanos de excepción, no se necesita más. Representantes legítimos
de organizaciones políticas, sociales, civiles. Que puedan pactar una
estrategia y un programa con ciertos parámetros básicos: que el cambio ha de
ser pacífico, democrático, electoral, civil, pactado, y, tal vez su aspecto más
relevante, soberano. Y, last but not least, que reivindiquen como virtud el
deslinde sin cortapisas con el oposicionismo extremista.
4. En
caso de que en un futuro mediato la oposición sea otra vez una opción de poder
(como tantas veces ha sido en el pasado, aunque ha dilapidado todas esas
ocasiones), y de que su victoria electoral y/o política esté al alcance de su
mano, debe haber construido por anticipado con el chavismo una solución
pactada. Esta solución negociada tiene un solo final posible: un cogobierno
donde el PSUV preserve y ocupe la vicepresidencia, el ministerio de Defensa, el
ministerio de Interior, la mitad del TSJ y la Contraloría, sin menoscabo de
otros espacios.
No porque la senectud sea
algún tipo de tara política como neciamente piensan algunos (Adenauer, Mandela,
Churchill, Deng, Napolitano, Peres, Aylwin, Mazowiecki, Mujica, entre muchos
otros, son prueba de lo contrario), ni porque ser joven sea carta de infalibilidad
ni mucho menos, pero toda esta estrategia que hemos descrito hasta aquí: nueva
dirección política, diálogo con el gobierno, elecciones gremiales y sindicales,
lucha social, participación en el establecimiento de las comunas, participación
sin esguinces en espacios estatales de poder, propuesta de un cogobierno, es
una tarea que corresponde en particular a los más jóvenes, los de 20 y 30, y a
los menos viejos, los de 40 y 50, esto por una razón práctica elemental: porque
tienen más tiempo útil por delante. Pero deben saberlo de antemano y prepararse
para lo que viene: les toca cruzar el desierto. No es un paseo campestre ni un
torneo floral. Lo que tienen por delante es una áspera y ruda disputa por la
hegemonía social y por el poder. A las generaciones precedentes les queda la
militancia de la palabra, orientar, alimentar, aconsejar, pero no pretender una
actoría que ya no puede corresponderse con los tiempos.
¿Tendremos lo venezolanos la
capacidad para, como en nuestros momentos más brillantes: la independencia
durante el siglo XIX y la lucha por la democracia durante el XX,
reencontrarnos, unirnos, consensuarnos alrededor de unos cuantos puntos
programáticos esenciales, y asombrar al mundo acometiendo la hazaña de levantar
un nuevo país libre y de progreso desde la ruinas de éste devastado y postrado
que tenemos hoy? Nada nos asegura que así sea. Pero es posible. El autor de
esta crónica tiene una convicción que ha repetido una y otra vez durante más de
50 años de vida pública: los venezolanos podemos. Es un buen colofón para estas
líneas