#CiudadaníaSolidariaVzla./Opinión: Enrique Ochoa Antich

 (Boceto para una nueva estrategia de cambio democrático)           

Cruzar el desierto

… a los más jóvenes

Tenemos por evidentes las siguientes ocho verdades:

1. El escamoteo de la voluntad popular el 28J no es exclusiva responsabilidad de unos “canallas” que están al otro lado de la calle. También la oposición lo hizo posible, propiciando con sus acciones y faltas que una victoria electoral cantada se convirtiese en una derrota política. Para decirlo con palabras del catecismo, con sus pensamientos, palabras, obras y omisiones, la oposición extremista fraguó su propia derrota. Sin reconocer y comprender la propia culpa, sin este acto de contrición, que es "un dolor en el alma y odio al pecado cometido, con un firme propósito de no volver a pecar" (Concilio de Trento dixit), imposible concebir una estrategia asertiva a futuro. Quien vence hace su tarea, al modo que le es propio: el yerro siempre es del vencido, no del vencedor.

Si creemos que el 28J todo lo hicimos bien, y por tanto repetimos esa misma estrategia mil veces, mil veces seremos escamoteados. Viéndolo bien, nos es dado decir que la candidatura de la oposición, por sus características y su discurso, fue más responsable del fracaso del 28J que el gobierno.

Sólo podrá sacarnos del “bucle” una reflexión que parta de un acto de contrición sincero, que internalice el arrepentimiento por la culpa cometida. No ser autocríticos con nuestro desempeño el 28J, encomiarlo con frases huecas y consignas repetidas una y otra vez, como una letanía, no horada sino que ayuda a la perpetuación del actual poder.

2. Para tener capacidad de “cobrar” esa reivindicada victoria electoral del 28J se requería de un explícito y pormenorizado acuerdo previo. Esto resulta obvio de toda obviedad. No nos es dado saber si el chavismo hubiese facilitado o entorpecido una negociación que incluyera un cambio de gobierno, pero sí nos es dado constatar que la oposición hizo todo lo necesario para que esa negociación no se produjese: cuando postuló la candidatura que más repugnaba al chavismo, cuando la candidata electa inició su campaña amenazando incontables veces con cárcel a la cúpula del PSUV, cuando no se diligenció la suspensión de las recompensas gringas ni de las sanciones sino que se las enalteció y respaldó, cuando no se postuló una propuesta de reconciliación y perdón sino de tácita persecución y venganza, cuando se anunció una revolución de derechas que iba a arrasar con todo el statu quo y no una reforma progresiva y pactada que permitiera transitar del autoritarismo a la democracia plena de manera pacífica y sin sobresaltos. 

3. A la hora de ser evaluadas por sus resultados, las primarias de 2023 provocaron la mayor devastación de las fuerzas opositoras de que se tenga memoria en estos cinco lustros de hegemonía chavista. Ése es su saldo real. Así serán recordadas por la posteridad. Lo demás es retórica vacía. Nunca la oposición había estado tan dispersa, débil y destruida como está hoy. Nunca sus corrientes extremistas habían sido tan nocivas, perniciosas y lesivas. Ni en 2002, ni en 2005, ni en 2017, ni en 2018, ni en 2019.

4. Pero la oposición cae y vuelve a ponerse de pie. Lo ha hecho antes y volverá a hacerlo.

5. El sentimiento opositor, el anhelo de cambio, es y ha de seguir siendo amplia mayoría, pero no la oposición orgánica que, como decimos, atraviesa su más oscuro período. Ni porque gobernase bien, que no lo hace, el chavismo, su facundia dizque revolucionaria, su culto a la personalidad de un caudillo desfasado y anacrónico, sus frases manidas y su liderazgo repetitivo y aburridor, puede ocasionar otra cosa que no sea hartazgo. Demasiados años en el gobierno, camaradas.

6. Sin embargo, es claro que el chavismo se ha consolidado como hegemón indiscutido y tiene el control absoluto del poder. Es, con un tercio de los electores activos, la fuerza política mayoritaria desde el punto de vista orgánico. El régimen chaviano de partido-Estado (que sentó sus bases institucionales en 2006) mantiene un control disciplinado y leniniano-estalinista de todos los Poderes Públicos, de la Fuerza Armada (que ha sido penosamente partidizada), y de las policías. Además, ha aprendido a sobrevivir a las sanciones: ha perfeccionado las destrezas y habilidades propias de este modus operandi. Aunque hagan daño a la sociedad, las sanciones no provocan fisura alguna en el poder. Al contrario, la amenaza externa compacta a los suyos, y aun a militares que no son chavistas, alrededor del Jefe de Estado y Comandante en Jefe. Nada indigna más que una oposición tutelada por el imperio. “En mi hambre mando yo”, a decir de los españoles.

7. Entramos en un nuevo período de nuestra historia caracterizado por la consolidación de un régimen de partido-Estado. Es una realidad que no hemos conocido en su plenitud hasta hoy. Aún no sabemos cómo han de ser trastrocadas las reglas de juego, en particular las electorales. Tampoco podemos saber qué formas de lucha son posibles al interior de ese régimen. Pero las habrá. Las hubo en el cono sur de las dictaduras militares; las hubo en los comunismos de Europa oriental; las hubo dentro del apartheid sudafricano; las hubo bajo el fascismo franquista. Unas veces fueron partidos orgánicos; otras movimientos sindicales altamente politizados; aquí setenta y siete intelectuales liderados por un dramaturgo afamado; allá un prisionero político que desde su mazmorra se empeñó en convencer a sus enemigos con su propio ejemplo de perdón y reconciliación; pero siempre las sociedades consiguen su senda a la democracia, más tarde o más temprano.

8. Poniendo los pies en el piso, y salvo eventos sobrevenidos sobre los cuales no puede sostenerse ninguna estrategia seria (golpes militares, invasiones gringas y demás infames pajuatadas), es esperable que la hegemonía chavista prevalezca por el lapso del presente período constitucional y tal vez más. Es decir, vamos a tener cuatro años sin elecciones de cargos públicos. Este es el porvenir inmediato al que nos toca dar cara.

Con base en estas ocho verdades evidentes, proponemos una estrategia compuesta por cuatro elementos, a saber:

1. A un régimen autoritario de partido-Estado sólo se le cambia de dos maneras: o bien se le derroca por la fuerza, para lo que usted necesita más poder de fuego (“Trump, haznos el favor, invádenos y quítanos esta plaga de encima”, se desgañitan los voceros del patético extremismo machadista); o bien se le supera, se le transforma, se le trasciende (para usar el aufhebung marxiano), por la vía más  engorrosa y compleja… y más valiente… de la persuasión: diálogo, interlocución y negociación. Dado que la oposición extremista no tiene ni tendrá más poder de fuego que el chavismo gobernante, la estrategia que debe ser seguida por la oposición democrática es la de la persuasión… aunque sólo sea porque no hay otra.

2. Tal vez hoy el gobierno no quiera ni necesite de un acuerdo, pero hay que planear para el mediano plazo, para las citas electorales dentro de 4, 5 y 6 años, o para cuando haya la ocasión, una estrategia basada en el pacto, la coexistencia y el diálogo, en la seguridad o la esperanza de que en algún momento el gobierno querrá o necesitará de una salida negociada. Pero ese escenario no se dará por generación espontánea. Hay que comenzar a construirlo hoy: interactuando con el poder, recomponiendo los vínculos con el gobierno (tal vez la tarea más importante), buscando interlocutores, derribando muros y construyendo puentes, animando y concurriendo a todas las elecciones de gremios y sindicatos que puedan ser convocadas, promoviendo cuanta lucha social sea posible, haciéndose parte del sistema (parte transformadora pero parte de), esto es, participando del complejo, áspero, hostil e intervenido andamiaje de las comunas e incluyéndose en todo espacio institucional, de gobierno y de poder, del que se pueda hacer parte, por pequeño que sea.

3. Para esto es menester una nueva dirección política. Se tiene cuatro años para conformarla. Veinte, treinta venezolanos de excepción, no se necesita más. Representantes legítimos de organizaciones políticas, sociales, civiles. Que puedan pactar una estrategia y un programa con ciertos parámetros básicos: que el cambio ha de ser pacífico, democrático, electoral, civil, pactado, y, tal vez su aspecto más relevante, soberano. Y, last but not least, que reivindiquen como virtud el deslinde sin cortapisas con el oposicionismo extremista.

4. En caso de que en un futuro mediato la oposición sea otra vez una opción de poder (como tantas veces ha sido en el pasado, aunque ha dilapidado todas esas ocasiones), y de que su victoria electoral y/o política esté al alcance de su mano, debe haber construido por anticipado con el chavismo una solución pactada. Esta solución negociada tiene un solo final posible: un cogobierno donde el PSUV preserve y ocupe la vicepresidencia, el ministerio de Defensa, el ministerio de Interior, la mitad del TSJ y la Contraloría, sin menoscabo de otros espacios.

No porque la senectud sea algún tipo de tara política como neciamente piensan algunos (Adenauer, Mandela, Churchill, Deng, Napolitano, Peres, Aylwin, Mazowiecki, Mujica, entre muchos otros, son prueba de lo contrario), ni porque ser joven sea carta de infalibilidad ni mucho menos, pero toda esta estrategia que hemos descrito hasta aquí: nueva dirección política, diálogo con el gobierno, elecciones gremiales y sindicales, lucha social, participación en el establecimiento de las comunas, participación sin esguinces en espacios estatales de poder, propuesta de un cogobierno, es una tarea que corresponde en particular a los más jóvenes, los de 20 y 30, y a los menos viejos, los de 40 y 50, esto por una razón práctica elemental: porque tienen más tiempo útil por delante. Pero deben saberlo de antemano y prepararse para lo que viene: les toca cruzar el desierto. No es un paseo campestre ni un torneo floral. Lo que tienen por delante es una áspera y ruda disputa por la hegemonía social y por el poder. A las generaciones precedentes les queda la militancia de la palabra, orientar, alimentar, aconsejar, pero no pretender una actoría que ya no puede corresponderse con los tiempos.

¿Tendremos lo venezolanos la capacidad para, como en nuestros momentos más brillantes: la independencia durante el siglo XIX y la lucha por la democracia durante el XX, reencontrarnos, unirnos, consensuarnos alrededor de unos cuantos puntos programáticos esenciales, y asombrar al mundo acometiendo la hazaña de levantar un nuevo país libre y de progreso desde la ruinas de éste devastado y postrado que tenemos hoy? Nada nos asegura que así sea. Pero es posible. El autor de esta crónica tiene una convicción que ha repetido una y otra vez durante más de 50 años de vida pública: los venezolanos podemos. Es un buen colofón para estas líneas

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