"Estamos acostumbrados a ver a América Latina como muchos países con sus traumas y sus fronteras, pero yo creo que es el único continente que es una nación"
Si le preguntas a un europeo, la gente que viene de Latinoamérica es igual, pero los latinoamericanos se ven distintos unos de los otros. ¿Cómo es posible?

Trump ha puesto a América Latina en el centro de muchas de sus políticas y con una postura dura hacia la región. ¿Quizás esto puede hacer que los países despierten y busquen unirse?
Estados Unidos ha tenido una actitud deshonrosa y autoritaria en América Latina durante muchísimo tiempo. Yo creo que eso ha cambiado bastante, pero no se puede olvidar.
La actitud estadounidense con México ha sido terrible y en general, con Centroamérica también. Hoy en día hay un presidente que menosprecia América Latina.
Por eso la región se tienen que unir, tiene que fortalecer sus instituciones regionales para tener hacer frente a lo que se viene con Trump.
Parte la manera despótica con la que Estados Unidos trata América Latina tiene que ver con su debilidad, con su dispersión, con la existencia de países muy pequeños y económicamente muy débiles.
Esa dispersión solo contribuye a nuestro fracaso y por eso nuestro poderoso vecino hace y deshace con nosotros.
¿Por qué ese menosprecio?
El menosprecio no es de todos los estadounidenses ni de todos los gobiernos. Pero en términos generales tiene muchas causas que van desde actitudes racistas o pseudo-racistas, como lo vemos hoy en día con el gobierno de Trump, hasta desconocimiento sobre lo que es América Latina.
Y a eso se suma la debilidad de la región y la tendencia global de fortalecer el interés nacional. Esto es lo que hace que el gobierno de Estados Unidos no tenga ningún inconveniente en ponernos reglas que los benefician a ellos y nos perjudican a nosotros.
Sigue habiendo algo de ese concepto de que América Latina es el patio trasero de Estados Unidos, y eso es lamentable.
¿Qué le espera a América Latina en los próximos años?
No tengo una bola de cristal, pero sí creo que el resentimiento es muy importante. Si hablamos de las emociones, el resentimiento es muy importante en el devenir de la política.
Marx decía que la violencia era la partera de la historia. Yo creo que la partera de la historia realmente es el resentimiento, porque mueve a los pueblos de manera muy fuerte.
Entonces, si la política de los Estados Unidos se vuelve mucho más despótica e indigna de lo que ha sido en el pasado, es posible que eso una a los latinoamericanos y que eso ayude a esa unidad que yo tanto anhelo, pero habrá que verlo.
Hablando en positivo, ¿qué tienen en común los latinoamericanos?
Tienen en común muchísimas cosas, empezando por la lengua, que no es poco.
Tienen un pasado igual, una misma manera de ver el mundo con unos valores similares, una misma manera de entender lo que es justo y lo que es injusto, de valorar la familia, de valorar lo público, de valorar las relaciones humanas.
¿Y en este marco cómo encaja la relación con España?
Hay una relación un poco amor-odio. La historia de España con Latinoamérica es una historia muy larga y muy compleja, pero continuamos atrapados en esas versiones extremas sobre lo que ocurrió, que crean ruido y distorsionan la relación.
En mi libro sostengo que los latinoamericanos somos más como los españoles del barroco, con lo que eso implica.
El barroco fue una época en la que la distinción entre soñar y estar despierto era confusa, era difícil de establecer.
Los personajes del barroco, Segismundo, El Quijote, etcétera, vivían soñando y soñaban viviendo de tal manera que eran presas de delirios y de ilusiones, y su vida la acomodaban a su mente.

No tenían, como tuvieron los modernos, esa actitud de acomodar la mente a los hechos. Cuando los hechos cambiaban, los modernos se adaptaban.
No, el barroco adapta los hechos a su imaginario, a sus obsesiones. Y así somos los latinoamericanos. Y por eso en América Latina ha prosperado tanto el populismo y las campañas idealistas y utópicas que han terminado muchas veces en sangre y en tragedia.
Mientras España se volvió europea, América Latina se quedó enquistada en sus dinámicas del siglo XIX.
¿Qué peso tienen esas emociones de las que hablas en tu libro en la polarización política por la que atraviesan ahora muchos países de América Latina?
En mi libro anterior "El País de las Emociones Tristes" explico cómo la gente suele analizar los fenómenos políticos a partir de los enfrentamientos ideológicos.
Entonces, unos son de izquierda y otros son de derecha, unos son marxistas y otros son libertarios. Y yo creo que hay que ir al fondo del asunto. Y ahí es donde están las emociones.
América Latina está llena de buenos proyectos, de buenas Constituciones, de empresas que muchas veces terminaron malogradas por las emociones, y en particular las emociones tristes que son el odio, la venganza, la envidia, el resentimiento.
Esas emociones han sido determinantes en la suerte de los países.
Gente con la misma ideología, pero con odio y envidia, han terminado en disputas tremendas. Está pasando hoy en Bolivia, en Colombia.
Los griegos se preguntan tras la guerra de Troya cómo era posible que la venganza los hubiera llevado a esa situación tan terrible. Ellos sabían muy bien que para evitar esas emociones y esas venganzas, había que tener reglas e instituciones.
¿Y cómo podemos definir las instituciones de América Latina hoy en día?
Lo que ha fallado en la región, en buena parte, son las instituciones. Cuando llegó la independencia, llegaron los caudillos, los populistas de antes, y crearon Estados despóticos que exacerbaron y aumentaron las emociones tristes.
Entonces, todos los países deben encontrar un equilibrio entre emociones y reglas que permitan matizar o ignorar las emociones tristes.
Y eso es lo que no ha funcionado bien en América Latina: ni la cultura que debilita las emociones tristes, ni una cultura en contra del dogmatismo y de los odios y de las venganzas, ni tampoco un Estado que logre poner orden y que aminore esas emociones tristes.